martes, 4 de febrero de 2020

Si la envidia fuese tiña...

Corría el año 1983 y se terminaba el año, éramos la última promoción de peritos mercantiles del Colegio Salesiano Ángel Zerda de Salta y, por supuesto, queríamos terminar el año con bombos y platillos. A alguien se le ocurrió representar la "Cantata al HIjo del Hombre"; algo así como una pequeña obra musical dedicada a la pasión de Jesucristo. Si tenemos en cuenta que todos los fines de año se arman obras tipo pesebres vivientes la verdad es que no debe haber sido nada extraordinario para el resto de la sociedad pero, para nosotros era algo único y revolucionario.


Hicimos dos presentaciones a sala llena en un lugar en el que cabían más de 1000 personas cobrando alimentos no perecederos como entradas y eramos, encima, artistas exitosos. Hasta nos ligamos un viaje al interior donde no tuvimos tanto éxito porque no había amigos ni familiares que vayan a vernos actuar pero, algún público tuvimos.

Traigo a colación la anécdota ya que fue la primera vez que escuché esto de "Si la envidia fuese tiña". Poncio Pilato preguntaba al pueblo de Jerusalén a quien debía liberar; las opciones eran dos: Jesús el Nazareno o Barrabás; un conocido delincuente. Para Pilato la cosa era un mero trámite que seguro iba a terminar con el pueblo clamando por su "rey", el nazareno pero, ante su sorpresa el pueblo comienza a pedir la liberación del delincuente y la crucifixión de Jesús. En esa circunstancia el romano sentencia: "Si la envidia fuese tiña, la tiña llenara calles de toda Jerusalén". La turba envidiaba algo de ese líder y pretendía vengarse de él.

Quizás porque era uno de los pocos diálogos no cantados, quizás por las veces que lo ensayamos, quizás porque yo actuaba como parte de ese cuerpo furibundo que pedía ajusticiar a Cristo, no se, pero me quedaron grabadas esas palabras que el autor de la cantata puso en boca de quien pasó a la historia cristiana como uno de los verdugos del mesías.

Lo cierto es que en aquel tiempo (1983) no tenía que era la tiña pero sonaba como algo muy feo que invadía a esa turba iracunda que solo quería, irracionalmente, patotear a un pobre hombre que no hacía mal a nadie. Con el tiempo aprendí que era la tiña e imaginé al pueblo judío de hace 2000 años sufriendo una epidemia, algo absolutamente desagradable y nunca pude disociar a la envidia de ese concepto; la envidia como algo desagradable y contagioso.

Siento a la envidia como ese sentimiento que nos hace odiar todo lo bueno que le pueda pasar a alguien (o algo de lo bueno que le pasa) sin importar nuestra propia realidad, ese sentimiento que no permite que disfrutemos de nuestros propios logros; la envidia nos hace aborrecer la suerte y logros ajenos y nos impide ver sus esfuerzos y en última instancia, la envidia no perjudica al envidiado y arruina la vida del envidioso.

Sería bueno poder vivir una vida totalmente libre de envidia, sería excelente que todos y cada uno vivamos la vida propia sin importar la ajena y, en todo caso, disfrutar de los logros ajenos de seres cercanos que los harán un poco más felices. Evitemos a la tiña en nuestra vida.

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