martes, 14 de enero de 2020

La Culpa

Hace no mucho tiempo escuché a alguien decir que es muy fácil crecer políticamente diciéndole a la gente que la culpa de lo malo que le pasa la tienen otros; la Biblia nos narra a Adán echándole la culpa a Eva y ella diciendo que fue la serpiente. La historia nos muestra a Nerón culpando a los cristianos del incendio, y numerosos episodios de matanzas de judíos que fueron culpables de todas las crisis de la era cristiana hasta la brutalidad del régimen nazi que los consideró culpables de una crisis económica producto de una guerra provocada, en parte, por los propios alemanes.Creo que el fondo del asunto es que, desde siempre, el gran pecado de la humanidad fue nunca hacerse cargo de los propios errores y malas acciones y tratar de endilgarle la culpa a alguien.

Uno de los problemas de esta actitud es que es muy improbable corregir malas conductas si no se las detecta; es decir que no puedo modificar mi comportamiento si creo que fracasó culpa de otro y no mía. En algo más cotidiano podemos encontrarnos con quienes atribuyen todas las derrotas de su equipo deportivo favorito a errores o malas acciones de los árbitros y, quizás por eso, lo único en que se ponen de acuerdo, eventualmente, dos rivales, es en el odio a quien intentó aplicar la ley, aplicar las normas para que el juego sea más justo. No digo que los árbitros no cometan errores o que todos sean absolutamente honestos pero, pensar que todo lo malo es culpa de ellos me parece una simplificación dañina y mediocre.

Llevado a la convivencia en sociedad y a la política, viviendo en el interior siempre escuché que la culpa de todos los males de mi provincia la tiene la capital y, la culpa de todo lo malo que me pasa o todo a lo que no puedo acceder la tiene el gobierno, Si el gobierno es culpable entonces el gobierno debe proveer la solución. Entonces tengo derecho a reclamar que el gobierno resuelva mis problemas porque ellos lo causaron.

Quizás, para los que tienen fe, es Dios quien tiene que resolver sus problemas y, explícita o implícitamente, culpan a su creador por todas sus desgracias.

Alguna vez habría que exaltar, como valor, la capacidad de hacerse cargo del propio destino y no esperar que todos los problemas sean resueltos por otros, alguna vez deberíamos considerar perjudicial y dañino reclamar que otros resuelvan los problemas que yo mismo me busqué o que la vida me puso en el camino.

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